May 13, 2009

Gripe puercuna: la investigación



La carta anónima fue la primera pista. El equipo de investigaciones la leyó con cuidado una y otra vez, una vez y media. "Los culpables están en Chile", formaban las letras recortadas de revistas ABC1. "Los culpables están en Chile". No podíamos saber a que se referían. No era un mensaje claro. Así que comenzamos con las pruebas de rigor: tomamos la primera letra de cada palabra e intentamos formar alguna palabra que nos sugiriera algo coherente. "Lecec", "cecel". No. Quizás es una palabra extranjera. Podía ser posible. Consultamos diccionarios de todas los idiomas. "Ececl" sonaba a alemán. Nada. Estábamos por darnos por vencidos.
Hasta que leímos el reverso "En esta carta les contamos dónde están los cerdos sospechosos de haber generado la fiebre puercuna". Aaah, exclamamos todos. Claro.
Entonces, los posibles culpables de la pandemia mundial estaban en nuestro país. Nuestro centro de investigaciones periodísticas, Cipisopo, contaba con información fundamental. Estábamos más adelantados que todo el resto, competidores infames. Jajajajajojojojo. Reímos todos malévolamente.
Así que nos sentamos a esperar nueva información. Algunos jugaban "Buscaminas", otros leían "La Cuarta" para ver si encontraban un reportaje en profudidad que nos guiara. Alguien sugirió ir a comer. Salimos. Entonces debimos perdernos una visita clave, pues al volver estaba todo revuelto, incluso los huevos: papeles desordenados, tarritos de lápices habían caído encima de una secretaria hiriéndola mortalmente, los lcd recién comprados en el suelo echando humo...¡Y la carta anónima ya no estaba!
Pero el intruso no contaba con nuestra astucia. Al que estaba jugando "Buscaminas" se le había quedado la webcam prendida. Había registrado todo. Nos dispusimos a ver el video, pero alguien sugirió ir a comprar cabritas. Fuimos todos.
El video mostraba a una mariposa que se colaba por una ventana. Pero, de pronto, PLAF!, se convertía en un cerdito de orejas inmensas y cara de rufián. Estaba histérico. Buscaba y buscaba. Sus manos se posaron en el sobre, guardándosela en un bolsillo, y, antes de irse, se miró en el espejo y limó sus pezuñas. Lo último que vimos fue su colita retorcida. Ah, no, luego la secretaria buscaba unos lápices Bic en el estante y se le cayeron encima los tarritos. Pobre.
Nos miramos. Alguien sugirió ir a comprar mascarillas por si el cerdo había dejado todo contaminado. Pero a todos nos dio lata. Apretamos "Impr Pant" y sacamos copias de la imagen del marrano. Cada uno miraba la suya, acomodándose para pensar mejor: algunos debajo de la mesa, otros encima de la mesa, otros en la ventana, algunos se tiraron por la ventana. Pasaban los minutos. Las horas. Tic tac. Alguien preguntó: "Oigan, ¿qué estábamos haciendo?". Nuevamente nos sumíamos en la desesperanza.
Pero, de la nada, el que estaba en la ventana nos alertó. "Miren, miren el cielo", dijo. Y en el cielo vimos, muy muy lejos una columna de humo. "Ah, sí, que hay smog oooye, hoy día la alerta ambiental...", comenzó a decir uno. El de la ventana lo interrumpió: "No, no es smog, es una señal de humo...dirigida a nosotros".
Los lcd quemados habían enviado un mensaje humístico al cielo. Y alguna tribu de indios la había recibido. Ahora nos daban la pista más importante del día: "Cerditos estar en la Araucanía. Todos se esconden en los bosques. El cerdito que entró en su ofi se llama Oolong. Traer cositas ricas de la capital. Ps. que tonta la secretaria". Ya teníamos un lugar para ir a reportear. Nos pusimos en marcha.

Cipisopo en la Araucanía

Nuestro centro de investigación periodística tiene pocos recursos. Todo lo que hacemos es pensando en el bien común y en la información que la gente merece saber. Algo así pensábamos todos al subirnos a la micro que nos recibía con rancheras, olor a empanadas y asientos rajados. Un viaje de una semana. Horrible, usted merece saberlo.
Siete días más tarde, y con la lluvia sureña cayéndonos encima, nuestro equipo bajó de la micro. Todos protegían nuestro único recurso, el magnetófono de comienzos del siglo pasado que nos habían regalado para grabar las entrevistas.
Estábamos perdidos...todo era puro bosque, araucarias, robles, cipreces, alerces, mañíos, ligustrinas...¿ligustrinas? Alguien se escondía detrás de una rama de ligustrinas. Nos acercamos, acarreando el magnetófono. "Hola", dijimos. "Hola", nos respondió. Estábamos satisfechos. Habíamos logrado grabar la entrevista más larga que ese magnetófono hubiera captado en su vida. Ya nos íbamos, cuando el hombre nos dijo: "Huincas, esperen. Ustedes pueden encontrar a los cerditos. Hemos rastreado la zona. Sabemos dónde están y podemos ayudarlos".
Nuevamente la imagen de nuestro equipo recibiendo el premio nacional de periodismo pasó por nuestras cabezas. Eso sucedía muy a menudo, cada 4 segundos y medio.
Seguimos al hombre. Nos llevó a su ruca. Nos presentó a su mujer e hijos. Nosotros nos presentamos también. Hicimos una especie de PowerPoint dibujado en el suelo, y les contamos nuestras vidas, intereses, preocupaciones, hobbies...Bailamos y cantamos. Aprendimos a hablar su lengua. Éramos amigos. Nos fuimos a dormir.
Al día siguiente nos dispusimos a buscar, ahora sí, a todos los cerditos sospechosos de la fiebre puercuna. Nuestro amigo nos contó que los cerditos habían emigrado de sus lugares de origen (México, donde les doblaban las voces al español), a Chile, pues aquí había menos presión internacional para exterminarlos, al no haber casos posibles de gripe.
Luego nos dirigió entre troncos y arroyos, montes y hoyos, gallinas y pollos. "Al que vamos a ver ahora se llama P-Chan", nos dijo. Llegamos a un claro en el bosque. En en el medio había una especie de madriguera. "Señor cerdito. Venimos a hacerle una entrevista. ¡Andamos con nuestra credencial porsiaca!", le gritamos. Nadie contestó. Así que practicamos la coregorafía que aprendimos el día anterior, al ritmo del mix de "Hola" que habíamos que hecho con el magnetófono.
De pronto, una vocecita produjo que todos nos detuvieramos, incluida la música. "Hola", dijo. Venía de atrás. Era un cerdito pequeño, en una sillita de playa, leyendo...¡una revista ABC1!
--Así que Ud. envió la carta.
--Sí.
--Pero, ¿por qué?
--Porque me siento culpable. Ya no puedo soportarlo más.
--¿Podemos hacerle una entrevista?
--No.
--¿Nos deja leer su revista?
--No.
--¿Podemos contactar a Carabineros, Investigaciones, Ministerio de Salud para decirle que Ud. está aquí?
--Ya, bueno.
Le dijimos que sólo le harían pruebas de rigor. Que probablemente él ni siquiera era el culpable. Nadie que lee revistas ABC1 lo es. Pero que antes nos ayudara a encontrar al resto.

Caen los puercos

Y así, con sendas ayudas, pudimos ir encontrando uno a uno los cerditos. De Babe, el cerdito valiente, P-chan nos contó que después de haber ganado concursos en la feria de animales se le habían ido los humos a la cabeza, así que teníamos que halagarlo y hacerle la pezuña. Así que cuando salió con su capita dorada a recibirnos, le dijimos lo guapo que se veía y lo bien que le hacía el sol del sur. No se opuso a cooperar. Tampoco creímos que fuera el culpable. Nadie que usa capita dorada lo es.
Seguimos camino. En una isla desierta encontramos a Porky. Le entendimos poco:
--Pe-pe-pe-pe-pe-pe...-comenzó
--¿Pepe?- le preguntamos.
--Pe-pe-pe-pe-pero ¿que hacen aquí?
--Sólo paseábamos, admirábamos el paisaje.
Porky seguramente pensó en la ausencia completa de población en un radio de 1.000 kilómetros. Un perro aulló en el 1.001. No nos creía.
Así que le explicamos. Dos horas después completó la frase "Ya, voy con ustedes para que me hagan el test". Y le dijimos que probablemente él no era el culpable. Nadie que tartamudea lo es.
Sólo quedaban tres cerditos, nos contaron. Oolong y Orson se habían aliado para sobrevivir. Eran los más enojones de todos.
Después de una larga caminata, en que el jefe indio se enojó porque ya era mucho lo que escuchamos el remix de "Hola" en el magnetófono y lo tiró al río, encontramos a ambos puercos.
Estaban dándose un baño de barro, y cuando llegamos, se taparon con toallas de Bob Marley y un tigre colérico.
--Eh ustedes, grupo de periodistas infames, banda de cretinos, manada de ignorantes, set de idiotas, pack de imbéciles, manga de o..o..oink! - Sus rostros estaban rojos de ira. Ya sólo podían farfullar palabras que no entendíamos.
Tratamos de calmarlos. Mucha gente estaba sufriendo en el mundo, había alarma general, oficial y cadete. Los presidentes estaban preocupados. Saber el origen del virus podía ser de gran ayuda.
--Está bien - dijeron al fin. Les ayudaremos. Y perdón por el desorden en su ofi.
Y les dijimos que los perdonábamos y que probablemente ellos tampoco eran los culpables. Nadie que usa toallas de Bob Marley y tigres coléricos lo es.
Ya éramos un gran grupo. Podríamos haber armado dos equipos de fútbol, once dobles de tenis, veintidós participantes en ping-pong...Pero, basta. Justo cuando cantábamos victoria, acompañados por una guitarra, nos acordamos que áun faltaba alguien. El último sospechoso, escurridizo, pequeño y silencioso, era el más difícil de encontrar.

El culpable

Hicimos pic-nic. Comimos turrones y mascamos chicle. Ya atardecía en el sur de Chile cuando llegamos al lugar donde supuestamente habitaba Puerquito o Piglet para sus amigos gringos. Se había hecho una cabañita. Humito salía de su chimeneíta. Tocamos a la puertita. No había nadita.
Esperamos afuera. Conversamos de la vida y la muerte. Los cerditos nos dijeron que ahora les caíamos bien y ojalá ganáramos el premio nacional de periodismo. Grandes lágrimas empezaban a brotar de nuestros ojos, cuando oímos un estruendo. Era Puerquito que había botado dos ramitas de la impresión.
--Ho-hola- Nos dijo con su ínfima vocecita.
--Hola Puerquito - le dijimos todos.
Nos invitó a pasar a su casita. Nos sentamos en sus sillitas. Muchas se hicieron tricitas.
Puerquito estaba alimentando el fuego. Todos nos mirábamos y nadie se atrevía a decirle nada.
--Puerquito...-intentó hablar alguien. Pero se calló.
Silencio. El fueguito chisporroteaba. El calderito hervía. Los ojitos de Puerquito inquirían fijándose en cada uno de los nuestros con preocupación. Bizqueaba.
Ya no pudimos más. Todos explicamos al unísono. Y al final le pedimos perdón, él no podía ser el culpable. Nadie que tiene todo chiquitito lo es.
Pero, Puerquito sorpresivamente musitó:
--Yo sé quien es el culpable. Yo sé quien generó la gripe puercuna. Yo sé...-su vocesita se apagó.
--¿Quién? ¿QUIÉN? -preguntamos todos.
Y nos contó. Su ex amigo, el osito amarillo, había encontrado una miel extraña, pero como era glotón se la zampó de un tirón. A las pocas horas comenzó a sentirse mal: fiebre, dolor en los ojos y de cabeza, congestión nasal...Pero tomó vitamina C y se mejoró...sin saber que había contagiado a alguien más: Christopher Robin. El primer humano con influenza puercuna. El oso no quiso manchar su imagen de tiernuchito, y le echó la culpa a Puerquito.
--"¿A quién crees que le creerán? A mí, osito barrigón que canta suavecito, o a ti, minúscula mezcla entre chancho de tierra y chancho de barro?"- recordó Piglet que le había dicho.
Entonces decidió huir. La noticia se había difundido y los cerditos estaban siendo culpados en todo el mundo.

Epílogo

Cipisopo logró hacer el reportaje más minucioso en la historia del periodismo. Se utilizaron diversas técnicas de redacción, muchas fotos y tipografía bonita. Tuvimos muchísimas fuentes y su apoyo incondicional. Los cerditos declararon a la justicia y fueron dejados en libertad. Las nuevas líneas de investigación apuntan hacia el Bosque de los Cien Acres. Los chanchitos ahora viven todos en "La granja de Piglet" (en el cruce ruta 68 y ruta 69). Nuestro amigo del sur sigue en el sur y no en el norte. Tampoco en el centro. Ni en el centro sur ni el centro norte. Nos quiere, y a veces nos manda señales de humo, que casi nunca vemos, porque o estamos jugando "Buscaminas", o buscando información valiosa en "La Cuarta" o porque el smog está muy pesado.
Aún estamos esperando por nuestro premio nacional de periodismo. Alguien nos mandó una nota diciendo que nuestro reportaje estaba muy bueno, pero que la fiebre puercuna ya estaba pasando de moda. Pero que no perdiéramos la esperanza.
Alguien sugiere que vayamos a comer. Vamos todos.

No comments:

Post a Comment

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...